Foto: Jordi Play | La Vanguardia
La biografía del escritor portugués Gabriel Magalhães, nacido en Angola en 1965, sustancia como pocas el latido doble del espíritu ibérico, entre Portugal y España. Se crió de niño en el País Vasco, se doctoró en Salamanca, es profesor en la Universidad de Beira Interior, en Covilhã y, recientemente, se ha acercado con fascinación a la gran cultura catalana. En su último libro, Los españoles (Ed. Elba), reflexiona sobre nuestro país desde la fascinación por su complejidad.
– Centrándonos en su último libro, “Los españoles”, usted señala que el aspecto más problemático de nuestro país es la continua tensión que recorre la cultura política española a lo largo de los siglos. Si le he entendido bien, esta tensión formaría parte del ADN histórico de la nación… A veces, sin embargo, tengo la sensación de que su tesis cae en algún estereotipo romántico, como cuando subraya la singularidad española frente a Europa; cuando, en realidad, la historiografía contemporánea más bien tiende a negar que España sea distinta.
Yo no soy historiador de profesión. Para lograr saber algo hay que confesar abiertamente todo lo que no se sabe. De hecho, caen lejos de mí las más recientes tendencias de la historiografía. Cuando uno se especializa en determinada área, está atento a las modas teóricas del campo particular al que se dedica, porque tiene que estarlo. Eso lo conozco yo de la literatura: soy profesor en ese terreno. Después las modas cambian, y en el fondo nada ha sido verdaderamente importante.
Permítame que le diga que la historia suele ser la forma más lógica, más elaborada de los mitos, de los sueños, de los que hablábamos antes. Por lo menos, nuestros historiadores portugueses suelen criticar conocimientos anteriores, o sea, mitos pasados, para después generar los propios. Lo hizo Alexandre Herculano, por ejemplo, un gran historiador nuestro del siglo XIX. Criticó el destino místico portugués y nos convenció de que la edad media había sido el auge de nuestra vida nacional. Esto es un nuevo mito, que se reflejará en la arquitectura salazarista, en muchos aspectos neo-medieval.
No obstante, me gusta mucho la historia. Lo que digo sobre este tipo de conocimiento lo afirmo también sobre la ciencia. ¿Se ha fijado usted que con el Big Bang hemos pasado de la manzana bíblica a una naranja cósmica? Al fin y al cabo, no hemos salido de la frutería de las metáforas líricas, que siempre son tan necesarias. Por muy científica que sea una teoría, ahí está la vieja metáfora poética. Caminamos hacia la verdad siempre con una pierna de sueño, de fantasía, y otra de objetividad.
El elemento de la tensión, el alto voltaje de la vida española, me ha interesado mucho en este libro “Los españoles”, que es un ensayo y que se permite todos los vuelos de este género, en el que lo esencial es la alegría de pensar con las palabras que se escriben. La verdad es que la tensión española marca el ritmo de la nación: es una taquicardia más o menos constante. ¿Cómo podríamos comparar España a Francia, un país en que a las diversidades culturales se les ha dado un mazazo impresionante, que las ha dejado medio aleladas? En territorio español, la multiplicidad ha sobrevivido. Y ¿cómo comparar a España con el Reino Unido, que es una vieja democracia, capaz de acrobacias electorales, que en territorio español son más difíciles de organizar?
Desgraciada o afortunadamente, los espacios europeos tienen rasgos particulares. Y eso lo estamos viendo en la actualidad. Regresan los individualismos. Están ahí, no de un modo romántico, sino más bien marcado por la angustia. Cuando al europeo le puede el miedo, la inquietud, la inseguridad, suele dibujar una frontera.
Fuente: Nueva Revista.
Entrevista completa: Gabriel Magalhães: “Comprendo España como una simetría de afectos, de mutuo aprecio, de mutua comprensión”.
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