La política contemporánea necesita tender puentes pero los partidos, encerrados en sus fronteras ideológicas, se instalan cada vez más en la irrealidad. Las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, que hoy se celebran, han dejado de ser una batalla por el alma de un país –razón de ser de cualquier democracia– y se han convertido en una especie de ring estéril donde se enfrentan dos bandos igualmente desencantados.
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