Recuerdo haber leído hace unos años que España era el país europeo con mayor despliegue de alta velocidad ferroviaria y, en contraste, también con el parque más reducido de viviendas públicas. Desconozco si los datos son exactos o sólo aproximados, pero me interesan por el orden de prioridades que sugieren. En estos últimos treinta o cuarenta años –al menos desde que empezaron a llegar con fluidez los fondos comunitarios–, el centro del gasto en infraestructuras se ha situado en las carreteras y en la alta velocidad. No exactamente en el tren –debido, por ejemplo, a los problemas históricos que ha habido con los de cercanías–, sino más en concreto en una red radial que conecte la capital con las provincias.
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