En el mundo de ayer, los años transcurrían de acuerdo al ritmo pausado del ciclo litúrgico —nacimiento, muerte y resurrección—, acompasado a su vez con el calendario agrícola. Hoy el tiempo sigue otras pautas y la principal es la deportiva: acabamos la Liga y empieza la Eurocopa o el Mundial, termina el Tour de Francia y arrancan los Juegos Olímpicos.
Esta sustitución del Misal Romano por la agenda de la UEFA no deja de ser —perdonen la ironía— una evidencia de la secularización de nuestro tiempo; pero, a la vez, deja entrever la nostalgia de lo sagrado en la conciencia humana. ¿No son acaso los estadios las nuevas catedrales, con sus santos —los deportistas retirados—, con sus clérigos y con un pueblo rendido?
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