Europa se derechiza, quizás. Se trata de una tendencia ya arraigada, que afecta a Occidente en su conjunto. De la presidencia de Donald Trump –¿repetirá victoria en noviembre?– a la de Meloni en Italia, los llamados populismos de derechas han tomado la alternativa a la década roja anterior, cuando las fuerzas pujantes se leían en clave de extrema izquierda. Milei en Argentina se ha convertido en el último representante de una corriente que no cuenta con un credo único. El proteccionismo antiglobalizador –para entendernos– de Marine Le Pen y el decálogo libertario y proglobalización del presidente argentino pocos elementos tienen en común. Sí, quizás, cierta concepción del sustrato ético previo al liberalismo: la defensa de la vida del no nacido o de la familia tradicional, un rechazo casi instintivo hacia las elites burocráticas y hacia la transición energética.
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