Si hay un país de moda en Europa no es la Francia de Macron, a pesar de la escalada verbal de su presidente; ni la Alemania de Olaf Scholz, lastrada por la aluminosis energética de la guerra de Ucrania; ni mucho menos la España de Pedro Sánchez, cada vez más alejada del consenso comunitario y más cercana a los postulados alternativos del Foro de Porto Alegre; ni tampoco la Polonia de Tusk, el gran país del Este, una nación realmente cargada de historia; ni la Hungría conservadora de Viktor Orbán, sino paradójicamente la imprevista Italia de Meloni. Es la ventaja que otorga la experiencia.
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