La inflación cae en España, pero las previsiones para 2024 se ensombrecen debido a dos nuevos factores que apenas se preveían hace unos meses: el encarecimiento de los productos agrícolas, con sus consecuencias en la cesta de la compra, y la lenta –pero sostenida– subida del barril del petróleo, con sus efectos desestabilizadores sobre el conjunto de la economía. La Comisión Europea, por otro lado, ha vuelto a centrar su atención en los desequilibrios de las cuentas españolas, cuyos excesos presupuestarios no permiten domeñar ni el déficit público ni un endeudamiento que hace ya tiempo desbordó la cifra mágica del cien por cien del PIB. Confiar en que la inflación desordenada y el crecimiento –bastante romo, por cierto– serán suficientes para cerrar el agujero fiscal forma parte de ese wishful thinking que caracteriza el pensamiento político. Más interesante sería analizar el resultado de las distintas partidas de gasto público en nuestra competitividad. Cuando la ideología sustituye los análisis razonados, cualquier medida de futuro queda viciada desde el principio.
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