Toda historia es personal. No hay historias meramente abstractas ni memoria de vidas apenas encarnadas. La madre de Otto Dov Kulka se adentró en la noche a bordo del vagón de un tren. Mirando por la ventana, contemplaba la desolada blancura de la nieve. Luego llegó la oscuridad y ella se apresuró a garabatear unas pocas palabras en una hoja. El papel decía: «Estamos viajando hacia el este. No sabemos adónde. Por favor, quienquiera que encuentre esta nota, que la envíe a la dirección de arriba». A continuación, abrió la ventanilla y dejó que el viento se llevara la carta. La mujer aún no lo sabía, aunque lo intuyese. El este tenía un nombre, que era el de la muerte: Auschwitz-Birkenau, el icono de la medianoche del siglo XX, el epicentro geográfico del terror. Aquella nota, sin embargo, atravesó el espacio y el tiempo, llegó a su destinatario y también a nosotros. Al leerla hoy percibimos una emoción inseparable de su impronta personal. Sus palabras son el testimonio de un rayo de luz en la espesura de la noche. Los ángeles desconocidos existen.
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