En algún capítulo de Mi Europa, su libro de memorias, el premio Nobel polaco Czeslaw Milosz recordaba la figura de una monja anónima –nunca supo su nombre, nunca la volvió a ver– que le ayudó a escapar de los alemanes –¿o era de los soviéticos?– durante la II Guerra Mundial. No tengo el libro a mano y los detalles se pierden; pero no la impresión general, el milagro de la libertad en el momento más oscuro del siglo. ¿Qué fue de ella?, se preguntaba Milosz, y nos lo preguntamos también nosotros cuando pensamos en las veces que una mano ignota nos ha rescatado de la muerte, del miedo o del fracaso a cambio de nada.
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