Escucho en casa una vieja grabación de la ópera Elektra, de Richard Strauss, que dirigió Eugen Jochum entre las ruinas de Hamburgo en 1944, cuando la ciudad ya había sido arrasada por los bombarderos aliados en la llamada Operación Gomorra. Hay algo sobrecogedor en este registro fonográfico, reflejo quizás de la Historia, como sucede con todas las grabaciones alemanas de la época: de la integral liederística de Schubert que preparó el pianista Michael Raucheisen (un Winterreise con el joven Hans Hotter, por ejemplo, o con el tenor expresionista Peter Anders) al Beethoven agónico y sin precedentes de Wilhelm Furtwängler. Se conserva una grabación apocalíptica de la Novena de Bruckner, bajo la batuta del mismo Furtwängler, que resulta inexplicable sin el horror cotidiano de la guerra.
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