Al despertar, escuché la Fantasía y fuga en la menor de Johann Sebastian Bach, tocada al piano por Sviatoslav Richter. Richter era un hombre triste, aunque esta música no lo deje ver. Bach componía a mayor gloria de Dios y Richter lo interpretaba con una espiritualidad muy humana, desprovista de cualquier aliento metafísico. Esto lo convierte en un artista radicalmente moderno; a diferencia de Tatiana Nikolayeva, por ejemplo, en cuyas manos estas mismas notas sonarían fuera del tiempo, anhelando la eternidad. Que yo crea que Nikolayeva tiene razón y que Richter se equivoca importa poco aquí, porque la genialidad en este caso le corresponde al pianista ucraniano.
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