El historiador John Lukacs solía repetir que la emoción básica de la derecha es el miedo, mientras que a la izquierda la mueve el resentimiento. En ocasiones, ambos afectos se mezclan, tal como sucede en el nacionalismo, quizás la fuerza ideológica que más ha marcado el siglo XX. Lukacs tenía la rara virtud de leer la historia con una mirada literaria, como si se tratase de un gran relato narrado por una multiplicidad de voces, a menudo contradictorias pero con rasgos comunes. Entre líneas hay que saber encontrar el tono de cada época, su matiz peculiar.
Miedo y resentimiento son los dos extremos. Cuando el centro estalla, retornan como viejos fantasmas del pasado. La ola conservadora que recorre el continente –de Suecia a Italia, de Hungría a Polonia, y es posible que muy pronto también España– se ve impulsada por el miedo a una izquierda ideológica que ha abandonado los grandes pactos de la posguerra. En aquellas décadas, el temor se desplegaba como un rojo estandarte bajo la sombra de la hoz y el martillo.
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