Hay un mundo político que se impone aproximadamente a los 50 años y otro distinto en el periodo de juventud, señalaba con razón hace unos días Ignacio Varela, de quien se hace eco Esteban Hernández en un artículo de El confidencial. Esta frontera podríamos desplazarla hacia arriba y llegar hasta los 55 años, o moverla hacia abajo y situarnos en los 45. Un estudio sociológico nos permitiría ser mucho más precisos; pero aquí no hablamos de demoscopia, sino de percepciones políticas. Existe una España que ha conocido las bondades y los defectos del bipartidismo, antes de que el debate público estallara por los aires (en palabras del siempre agudo Juan Milián en su reciente ¡Liberaos! –Ed. Deusto–), sobrecargado por el discurso de la indignación. No hemos hecho más que empezar a sentir los efectos de ese estallido en forma de inestabilidad, de populismo electoralista y de alianzas de gobierno antinatura.
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