La memoria ilumina el presente. Esta semana, recordábamos con unos amigos los cursos –empiezan a ser lejanos– de la universidad. Eran otros tiempos y otras costumbres, aunque también entonces –la segunda mitad de la década de los noventa– España pugnaba por salir de la crisis originada por los festejos del 92. Aquella vieja maldición troyana que canta Virgilio en su Eneida siempre se cumple inmisericorde: las desgracias llegan tras una aparatosa «fronda festiva». En aquellos años, Europa amanecía en nuestro horizonte como un anhelo cumplido de modernidad: Barcelona lo demostraba, Almodóvar lo confirmaba, nuestras primeras multinacionales –se hablaba entonces del «toro español» tanto como del «tigre celta»– lo ponían de manifiesto.
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