Frente a los agoreros, la economía española mantiene un leve pulso ascendente. Ya nadie habla de la guerra de Ucrania, reducida momentáneamente a una preocupación regional. Lo mismo sucede con la pandemia, en la medida en que la covid mata ya poco, por más que deje secuelas todavía no bien diagnosticadas. La sentimentalidad pública funciona por sucesivas oleadas, como las mareas. Dicen que, cuando bajan las aguas, se descubre quién nada desnudo; sin embargo, la realidad es que los picos de estrés nos ahogan momentáneamente y después… nos olvidamos. Las sociedades sólo admiten una determinada cantidad de angustia durante un cierto tiempo. Luego la vida sigue –como la orquesta del Titanic– y el último que apague las luces.
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