Para saber de qué hablamos cuando hablamos de cultura y de educación, a veces conviene mirar hacia el pasado, no porque cualquier pasado sea mejor -aunque a veces sí-, sino porque la historia sirve para iluminar las pasiones humanas. Y la cultura constituye, indiscutiblemente, una de nuestras pasiones más nobles.
Pensemos, por ejemplo, en el pintor y escritor polaco J. Czapski, quien luchó como oficial en la II Guerra Mundial y, tras ser hecho prisionero por los soviéticos en el invierno de 1940, fue enviado al campo de Griazowietz, al noreste de Rusia. «La iglesia del convento -escribió en sus apuntes de aquellos años- estaba en ruinas, demolida con dinamita. Las salas estaban llenas de armazones, de literas apestadas de chinches, habitadas antes de nosotros por prisioneros finlandeses«.
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