La palabra “florecer”, etimológicamente, viene del latín “florescere” y significa “echar flores una planta o prosperar una persona”. Sus componentes léxicos, el sustantivo “flor” y el sufijo “ecer” del latín “escere”, indican una acción incoativa, un cambio de estado. De ese proceso de transformación de la persona y de su educación –de niño a adulto– habla el libro “Florecer” (Didaskalos, 2023) de Daniel Capó y Carlos Granados.
El primero, columnista y escritor, aborda la materia desde un punto de vista literario, –con la experiencia a sus espaldas– englobando cuestiones sobre la paternidad y la filiación; y el segundo, sacerdote, director del Stella Maris College de Madrid habla desde un ángulo más ensayístico, teórico y filosófico, examinando así el terreno de la educación. Los dos escritos son totalmente complementarios para la correcta comprensión de cómo tiene que discurrir una enseñanza –cristiana en este caso–acertada desde su punto de vista. “Florecer”, escribe Capó, “tiene que ver con un corazón que no se busca a sí mismo, sino que se expande para convertirse en “humus”, en tierra húmeda, fértil, entregada”.
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