El día en que se cumplió un año de la invasión rusa de Ucrania, la bolsa norteamericana empezó a caer con fuerza. No ha sido un buen curso para las empresas cotizadas ni para la economía en general, a pesar de que hace 12 meses se temía que pudiera ser aún peor. A los políticos –y a los medios– les gustan los relatos extremos que inflamen los ánimos –revoluciones y apocalipsis para entendernos– aunque, al final del trayecto, la realidad suele quedarse afortunadamente siempre a medio camino. Otra cosa son las tendencias de fondo, claro está, y ahí el dibujo aparece un poco más nítido. Pongamos por caso la renta per cápita española, que no ha hecho sino decrecer en términos relativos durante las dos últimas décadas, se compare con quien se compare. Se dirá que las estadísticas, como el algodón, no suelen engañar y esta vez no parece ser una excepción: ¡nuestros bolsillos lo confirman! Nos podemos consolar pensando que en otros sitios están peor y basta mirar hacia el Este, con los ojos puestos en Kiev, para comprender que el valor de la paz es insustituible. Y también para saber que la paz exige un coraje por encima de cualquier egoísmo.
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