Hay que hablar de la guerra. Lo hizo Homero al inicio de la historia de la literatura. Y lo hacemos todavía hoy, 3.000 años después, cuando la violencia –y el dolor ciego que causa– somete la realidad y la hace trizas para crear otra realidad paralela, nueva, distinta. En la Ilíada, Homero percibe la vida como una fatalidad, como un destino trágico hacia el que todo apunta. Aunque también de su obra aprendemos que la adversidad no proporciona al hombre el sentido último. La filósofa de Nova Zagora Rachel Bespaloff dirá algo muy hermoso al respecto en su estudio sobre el clásico griego: «No es en sus actos, sino en su manera de amar, en la elección del amor, donde Homero desvela la naturaleza profunda de los seres». En el amor, que es como hablar del sentido de la belleza y de la esperanza que se levanta contra toda esperanza.
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