En susoflama complutense –sería aconsejable que la prensa de progreso no pretendiese hacer de Elisa Lozano una nueva Anna Ajmátova o Simone Weil– la mejor alumna de su promoción se hizo disculpar su garrula intransigencia con una confesión que me dejó meditabundo. Fue al admitir no haber tenido una figura paterna, «porque los padres, bueno, en fin. Hay de todo». Mi actitud de reproche cesó y quise entender el incidente a la luz del desabrigo paterno. Quizá Elisa solo se desahogaba contra su padre prófugo, al que pensó la escandalera le daría recado. Quizá no. Pero así como el narrador de El Gran Gatsby recoge, en el célebre íncipit novelesco, el consejo de su padre de no criticar a nadie sin recordar antes las oportunidades recibidas, así no deberíamos criticar a nadie sin pensar antes que no todos han tenido el padre que tuvimos nosotros.
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