Pedro Sánchez llegó al verano con unas perspectivas inquietantes. Los indicadores económicos oscilaban al ritmo de la inflación y de unos crecientes tipos de interés que amenazaban con ahogar la incipiente recuperación. Las bolsas bajaban, mientras los augures pronosticaban un nuevo crash como el del 2008. La experiencia nos ha enseñado que no es precisamente un oficio sencillo el de adivinar el futuro; pero el relato, o los relatos, definen un clima y unas expectativas. Y, en mayo y junio de 2022, la crisis parecía a la vuelta de la esquina: quizás para el otoño, cuando los meses ociosos de las vacaciones hubieran transcurrido.
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