Hace ya años, cuando estudiaba en la universidad, me contaron una anécdota sobre Emil Cioran. Desconozco si es auténtica –al menos, no la he visto reproducida–, pero la dejo aquí, porque me resulta iluminadora. A mediados de los años ochenta, el pintor Miquel Barceló fue a visitarlo a su piso en París. Al verlo –Barceló ya había triunfado en la Documenta 7 de Kassel y en la Bienal de São Paulo–, Cioran le preguntó qué tipo de pintura hacía. Nuestro artista le respondió: «nada, pinto agujeros. Sólo agujeros». «Eso me gusta –le replicó el filósofo rumano–. En este mundo y en esta vida sólo se pueden pintar agujeros».
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