Pensativos, de Zena Hitz (prólogo)

por | Sep 6, 2022 | Literaria | 0 Comentarios

En un mundo hiperconectado, superficial y tecnológico, en el que se juzga casi todo y a casi todos por su utilidad, ¿a qué lugar es posible acudir para retirarnos, disfrutar con sosiego, contemplar y vincularnos de nuevo con los demás? A partir de ejemplos inspiradores, desde Sócrates y san Agustín hasta Malcolm X y Elena Ferrante, desde películas hasta las propias experiencias personales de Zena Hitz, que abandonó la vida de elite universitaria en búsqueda de una mayor realización, Pensativos es un recordatorio apasionado y oportuno de que una vida rica en el ámbito del pensamiento es una vida plena.

Zenda reproduce la introducción, escrita por Daniel Capó, a esta obra.

 

UN DÍA DE VERANO

Un día de verano llegamos al norte, a los arenales de Delaware, junto a los bosques. Se había estropeado el ferry que nos debía subir a Nueva Jersey, por lo que teníamos unas horas vacías; era el momento idóneo para no hacer nada y cerrar los ojos junto al mar. Soplaba el viento y, a lo lejos, se divisaban las bandadas de delfines que nos acompañarían durante una semana. Yo los miraba y pensaba en los búnkeres ocultos entre las dunas para protegernos de una guerra que nunca tuvo lugar. Hay huellas, me dije, que nos hablan de los miedos que pueblan nuestra imaginación y de las pesadillas que, como cicatrices, marcan nuestra piel. Mis hijos jugaban en la arena persiguiendo las olas. Observé cómo sus pisadas se borraban casi al instante, dejando en nada el rastro de la memoria. Los historiadores de la cultura a menudo se han referido a los grandes maestros —Sócrates y Jesús— que jamás escribieron y pensé en ellos por un instante, hasta que el graznido de las gaviotas me despertó de mi ensueño. Una extraña soledad me embargó, al ver el rosario de pescadores que se alineaban a mi izquierda. Para ellos, aquel era un lugar familiar, el apéndice de una tradición; nosotros, en cambio, pendíamos de la nada, sostenidos solo por el afecto mutuo y la belleza ventosa del lugar. Cuántas veces, me pregunté, miramos sin comprender, mientras el tiempo —y la luz— se escapa de entre nuestros dedos. Aquel día fui consciente del don de la infancia, al que llegamos siempre tarde, cuando ya no nos pertenece. Mis hijos crecían y pronto dejarían de ser niños; pero en aquel momento jugaban allí, en el límite de las olas, donde se difumina la gramática de los sueños y desaparece el rastro de la primera mirada sobre el mundo. Lo importante, me dije, sucede en los pliegues ocultos de la vida.

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Daniel Capó

Daniel Capó

Casado y padre de dos hijos, vivo en Mallorca, aunque he residido en muchos otros lugares. Estudié la carrera de Derecho y pensé en ser diplomático, pero me he terminado dedicando al mundo de los libros y del periodismo.

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