En su obra Between Quran and Kafka. West-Eastern Affinities, el filósofo iraní Navid Kermani sostuvo que, detrás del nihilismo o del totalitarismo, se esconde el silencio espectral de las sirenas: no sólo el de su canto hipnótico –que tanto temía el mundo clásico–, sino el de la necesaria ambigüedad que impregna nuestras vidas. El canto de las sirenas simbolizaba el glorioso riesgo del retorno a casa, la obligación de vivir –y de asumir ese peligro– con los ojos y los oídos bien abiertos para así arribar a puerto algún día.
«Si bien nosotros no somos eternos –escribe Kermani–, nuestra imaginación sí puede serlo». Por ello mismo, una sociedad no se equivoca cuando se ata –como hizo Ulises– al mástil de las leyes, que es el de la prudencia. Y, frente al nihilismo, sería el conjunto de la civilización –con su depósito de leyes, tradiciones virtuosas y cultura– lo que permite que no se desvanezca entre nosotros el canto misterioso de las sirenas.
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