El diplomático y ensayista Juan Claudio de Ramón acaba de publicar en Siruela Roma desordenada, un libro llamado a convertirse en un clásico contemporáneo sobre la ciudad eterna. En esta larga conversación, su autor desgrana los temas centrales del libro y subraya la importancia de Roma para entender Occidente y para entendernos a nosotros mismos.
Cita Ignacio Peyró, en el prólogo a Roma desordenada, unas palabras del Doctor Johnson: «el hombre que no conoce Italia es siempre consciente de una inferioridad». Si nos tomamos en serio estas palabras -y yo creo que hay que hacerlo- esa consciencia de la inferioridad tiene que referirse forzosamente a nuestra relación con el pasado, con la tradición occidental, con la Historia en un sentido poderoso. Antes de hablar de Roma y de tu libro, me gustaría preguntarte por el peso del pasado. En una época adánica, que cree que todo puede empezar de nuevo continuamente, deberíamos preguntarnos: ¿por qué Roma?
Es una buena pregunta. De la visita a Roma se suele uno quedar con la belleza. Es normal que, si uno pasa tres o cuatro días allí, esa sea la sensación dominante. Lo que me pasó a mí, que tuve la suerte de vivir cinco años en la ciudad, es que ese impacto estético, sin desaparecer nunca, fue quedando relegado a favor de la emoción de descubrir mi propio pasado. Roma no es la ciudad más antigua del mundo, ni tampoco la cuna de la civilización, pero sí que es la ciudad nodriza de Occidente, y por tanto el lugar donde hay que ir para entender quienes somos los europeos en general y los españoles en particular. Y es un pasado que se puede tocar, que está grabado en piedra. Por ejemplo, cuando tú y yo nos vimos allí, recordarás que insistí en visitar las catacumbas de Priscila, donde se conserva, aún fresca en las paredes, la primera representación pictórica de la Virgen María. Da igual que se sea ateo o creyente. La emoción del reencuentro con los orígenes no te la quita nadie. Lo mismo pasa con la abundancia de inscripciones en latín. No hay que ser filólogo para encontrar la lengua protomaterna. O cuando un guía te señala un edificio aún en pie y te dice: eso era el Senado romano y entiendes que allí habló Cicerón. En Roma, presente y pasado se tocan con las yemas de los dedos y eso es algo absolutamente cautivador. Para alguien concernido por su cultura ese viaje es algo parecido a lo que para un físico sería remontarse hasta los primeros instantes del universo. Cuando descubrí que Roma era el Arca de Noé donde el pasado se había salvado del diluvio, me volví loco tratando de no dejar sin explorar un solo recoveco. El libro tiene 70 capítulos cortos y tengo la certeza de que me dejé muchas vetas por sacar del mármol romano.
Pero volviendo a tu pregunta: Roma es una ciudad donde no puedes ni quieres sentirte Adán; te sientes heredero y eso genera una honda emoción.
LEER ENTREVISTA COMPLETA EN THE OBJECTIVE
0 comentarios