Cuando el Rey emérito abdicó en junio de 2014, una ventana de oportunidades se abrió para la democracia española. Era el famoso aggiornamento, que daba continuidad a la modernización previa que había supuesto el reinado de Juan Carlos I en los años de la Transición. La Corona pilotó de forma natural entonces la europeización de un país que llevaba dos siglos preso de sus fantasmas y temeroso de mirar al exterior. Símbolo de la estabilidad de la nación, el Rey entendió a la perfección que la fórmula de la monarquía parlamentaria, tan sabiamente testada por las democracias europeas, permitía anudar el sentido histórico de un país incomprensible sin el vínculo que la Corona mantiene con la vocación de futuro, la paz y la prosperidad de la ciudadanía.
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