Nos recordaba Diego S. Garrocho en las páginas del ABC que «casi todos los genios tienen algo de tristeza». Y de tragedia, añadiría yo, que es al bajo continuo del creador: la música que se impone incluso a pesar de la aparente alegría de su letra. Llamo aquí tragedia al abismo que se abre a los pies del hombre y al que el artista se asoma si no decide cerrar los ojos y servirse de su talento para otros encargos menos nobles. Contemplar el abismo, definir con precisión sus límites y hacerse cargo de sus obligaciones, mientras anhela trascenderlo –o, mejor, convertir esa oscuridad en luz y belleza– forma parte del trabajo del artista verdadero y también del hombre que intenta mantener algún resto de dignidad en su vida.
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