Escucho a Keith Jarrett –su ya clásico Arbour Zena– y releo a John Lukacs. Llevo un tiempo haciéndolo a capítulos sueltos: lecturas de un mundo antiguo para otro en profunda transformación. En las jornadas a las que nos convocó la espléndida Universidad de Navarra para conversar sobre el debate público, recuperé su reivindicación del papel del reaccionario en tiempos de crisis. «Un reaccionario se hace, no nace –explicaba Lukacs en sus memorias, aún inéditas en español–. Un reaccionario considera el carácter, pero desconfía de la publicidad; es un patriota, pero no un nacionalista; está a favor de la conservación más que del conservadurismo; defiende las antiguas bendiciones que concede la Tierra y duda de los resultados de la tecnología; cree en la Historia, pero no en la Evolución». Se diría que los conservadores brillan en los periodos de paz, mientras que los reaccionarios se postulan más bien como una respuesta. Uno reacciona contra aquello que no le gusta, que le ofende o que le agrede. Reaccionario era Churchill y no Chamberlain, sostenía también –y creo que con razón– Lukacs; como igualmente era reaccionario el embajador Kennan, a pesar de que el corazón de su estrategia –aquel famoso «telegrama largo» que estructuró la respuesta estadounidense a la Guerra Fría– era ante todo moderantista. Ya ven que un moderado con principios elevados puede ser considerado reaccionario; mientras que un conservador sin principios puede convertirse en un revolucionario. La historia –vista en perspectiva– siempre nos sorprende.
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