Roma y París se alían en el tablero europeo, convencidos de que el futuro de la Unión se juega en el plazo escaso de una década. El repunte populista amenaza el espacio liberal que posibilitó la Pax Europæa de este último siglo: un escenario de neutralidad burocrática que empieza a hacer agua con el retorno de la historia y el ocaso de la pujanza económica del continente. Francia e Italia se dan la mano –¿dónde está España y su política exterior?–, porque también los viejos demonios recorren la imaginación de ambos países. Mario Draghi sabe que, sin reformas, la envejecida sociedad europea carece de un escenario creíble de futuro. Como un zorro astuto sabe que la palanca mediterránea debe activarse si quiere contrarrestar el peso de la Europa rica del norte (y la presión del este, por otro lado). Porque quien decide es Alemania y en Berlín reina un nuevo hombre, Olaf Scholz, un líder socialdemócrata con mano de hierro, el sucesor a la izquierda de Angela Merkel, el gestor de las finanzas, el luterano severo del ajuste económico. Scholz se ha erigido como heredero apelando a la racionalidad prusiana del experto administrador. En Alemania, se diría que no hay otra ideología económica posible que la estabilidad, lo cual es una forma como otra cualquiera de referirse a la seriedad clínica: buena letra, cuentas claras, poca broma.
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