Algunos hablan de la realidad y otros, en cambio, recurren a una narrativa trufada de palabras clave. En Cataluña, por ejemplo, antes se hablaba del «dret a decidir» y ahora el tema de moda es la supervivencia del catalán. En verdad, da un poco lo mismo que sea un tema u otro. Quiero decir que la clave del relato –y de las palabras escogidas– es que provoquen ansiedad, cuánto más intensa y permanente mejor. Así tenemos a Franco, el Valle, la memoria histórica, la variante ómicron y no sé cuántas cosas más que se activan cuando resulta necesario. De hecho, la realidad tampoco es la realidad, sino lo que los datos indican que es realidad: otra pseudorreligión surgida en estas últimas décadas para explicarnos lo que ya sabíamos o, al contrario, para confundirnos y tratarnos como tontos –siempre en un tono solemne–. Ese también es el tono de las escuelas o, mejor dicho, de los pedagogos que se dedican a deconstruir Occidente y pretenden además que sonriamos felices, como si la cosa no fuera con nosotros. Jünger, en una ocasión, al médico militar encargado de examinar sus partes pudendas le dijo: «Oiga, doctor, no me pida que sonría mientras me pesa los testículos». Con los años, Jünger se hizo «anarca» –que no anarquista–, es decir, un hombre de credulidad ejemplar en la esfera pública, pero libre y desobediente en la privada. Del mismo modo, muchas familias han decidido ya desconectar de la escuela para centrarse en transmitir a sus hijos algunos conocimientos fuera del horario escolar. La realidad frente a la narrativa.
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