En Abecedario democrático (Ed. Turner, 2021), el catedrático ensayista y colaborador de THE OBJECTIVE Manuel Arias Maldonado (Málaga, 1974) avanza en su análisis de la cultura política contemporánea con un libro llamado a ser referencial. En esta conversación con Daniel Capó, Arias Maldonado reflexiona sobre los principios esenciales de la democracia liberal y su impacto sobre la vida pública española.
PREGUNTA. Tras un ensayo sobre las implicaciones políticas de la pandemia, su nuevo libro tiene algo de pedagógico: explicitar, en forma de diccionario, la arquitectura ideológica del liberalismo. Mi primera pregunta tiene que ver con el título, Abecedario democrático. ¿Hay democracia fuera de la concepción liberal de la misma? ¿Cree usted que las lecturas populistas de la democracia pueden enriquecerla de algún modo?
RESPUESTA. El proyecto tiene su origen en una idea de Ricardo Cayuela, editor de Turner, que me parece interesante por lo que tiene de constricción formal a la que uno se somete voluntariamente cuando quiere explicar la democracia liberal a través de las letras del diccionario. Es una operación que obliga a elecciones trágicas en algunos casos, pues hay letras en las que coinciden muchos conceptos importantes, al tiempo que se requiere de imaginación y alguna trampa (la Ñ para España, la W para la world wide web) en otros. No obstante, uno termina por poder hablar sobre casi todo, porque las interconexiones entre muchos conceptos así lo permiten. De manera que, como usted señala, termina por discernirse una arquitectura ideológica, que es la del liberalismo político o, más bien, de una democracia liberal que no solamente bebe del liberalismo a pesar de que su adjetivación expresa la más fuerte de sus raigambres. Pero sí, el libro aspira a poseer una cualidad pedagógica o cuando menos explicativa; lo escribía pensando tanto en mis estudiantes como en el ciudadano. No he querido ofrecer una versión simplificada de la democracia liberal y su universo conceptual, sino alcanzar un cierto nivel de sofisticación que resultase accesible para el lector interesado sin necesidad de que este último tenga un bagaje teórico: el afán de saber o comprender resultan suficientes.
A la pregunta de si hay democracia fuera de la concepción liberal habría que responder que la ha habido en comunidades políticas de menor tamaño que podían organizarse políticamente a través del modelo asambleario o del republicano. Cuando visité Islandia con motivo de un congreso, recuerdo que me enseñaron unas piedras en medio del campo y me contaron que allí se reunían los miembros de las comunidades primitivas para deliberar y decidir. Es debatible, en cambio, que lo que llamamos democracia ateniense sea una democracia tal como la entendemos en nuestros días: el demos era excluyente, no existía separación entre las esferas pública y privada, no se reconocían derechos individuales, el disenso era impensable porque fracturaba emocionalmente a la comunidad… No en vano, la democracia aparece como forma degenerada de gobierno en los textos de Aristóteles o Platón. Dicho esto, nadie tiene tampoco registrado en ninguna parte el contenido «natural» de la democracia: llevamos siglos peleándonos por determinar su significado. A mi juicio, la democracia es liberal o no es, porque solo mediante los mecanismos de control que son característicos del diseño constitucional liberal podemos lograr el necesario equilibrio entre afirmación de la voluntad popular, protección del individuo y eficacia decisoria. Para ello necesitamos imperio de la ley, separación de poderes, tribunales independientes, derechos y libertades… No sale de ahí una democracia perfecta, claro, pero es que esa democracia inmaculada es una fantasía. ¿Sirve de algo la lectura populista de la democracia? Seguramente sí, porque puede corregir la inclinación de las élites al ensimismamiento y llamar la atención sobre problemas a los que no se presta demasiado atención. Más aún: el populismo nos recuerda que la democracia liberal no puede permitirse el lujo de la frialdad; sus practicantes han de esforzarse por transmitir la idea de que la democracia liberal no solo permite la convivencia pacífica entre diferentes —que ya es mucho— sino que es el mejor instrumento de que disponemos para perseguir una convivencia que además sea libre, justa y próspera. Claro que el populismo crea más problemas de los que resuelve.
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