Al Ministerio de Educación le ha dado ahora por decir que la sintaxis no importa, como si ya importara gran cosa. No interesa la sintaxis, ni la morfología, ni mucho menos la Filosofía, el Latín, el Griego, la Literatura –les asombraría saber qué libros se leen en mi entorno en 3º y 4º de la ESO o en el primer curso de Bachillerato; libros que no consideraríamos ni clásicos contemporáneos ni clásicos juveniles–, ni por supuesto una Historia que no sea ideológica e identitaria, es decir, que no sirva –en primer lugar y sobre todo– a los intereses bastardos de la política. Y digo que no importa, porque sencillamente hace ya tiempo que muchos padres han optado por desconectar de la pedagogía y de sus supuestos avances para reivindicar –en la intimidad del hogar, en familia, junto a unos pocos– las bondades de la transmisión cultural y del conocimiento. Pagando a menudo clases de refuerzo extraescolar y cursos de idiomas, leyendo con los niños, viajando y acudiendo a museos con ellos, narrándoles la memoria familiar –que no tiene por qué coincidir siempre con la oficial–, exigiéndoles cuando toca hacerlo y dejándolos sueltos también cuando toca, para que caminen poco a poco delante de ti abriendo camino, descreyendo de este modo de una retórica que quiere hacernos dudar de todas aquellas convicciones que son importantes para nosotros. En pocas palabras, una familia sin convicciones es una familia en peligro. Porque sólo transmitirá o bien inseguridad o bien una libertad sin ancla, es decir, sin metas ni límites, sin forma ni destino.
0 comentarios