“Háblame, Musa, del hombre de muchos caminos que durante tanto tiempo anduvo errante tras el saqueo de la sagrada ciudad de Troya”: así arranca la Odisea, en cuyos primeros versos el nombre del protagonista permanece oculto bajo un velo. Pronto sabremos que se trata de Odiseo –Ulises en la tradición latina–, un héroe griego al que los epítetos épicos califican de astuto y versátil. “De muchos hombres –prosigue el poema– visitó las ciudades y conoció los pensamientos. Padeció su corazón numerosas penalidades en el mar mientras intentaba salvar la vida y el retorno de sus compañeros, mas no consiguió rescatarlos, por más que lo deseara”. En efecto, Ulises es un héroe que se salva a sí mismo pero no a los demás; un héroe –lo explica muy bien Carlos García Gual en la conferencia que hoy comentamos– que lo es a su pesar. Sólo a su pesar. Como Eneas, en cierto modo. Porque Ulises no deseaba perder a sus amigos, ni envejecer perdido en el mar, ni enfrentarse –quizás– al destierro de un reino desolado por los usurpadores. No lo deseaba pero tampoco elude su responsabilidad, pues sabe que nadie escapa al destino trazado por los dioses. Lo es a su pesar, porque, en el fondo, Ulises es el gran realista y su anhelo no es otro que regresar al hogar.
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