Se marcha Angela Merkel y con ella la persona que más ha marcado la agenda europea en los últimos veinte años. Se marcha entre aplausos generalizados –que se extienden incluso a sus adversarios–, aunque sólo el tiempo nos permitirá juzgarla con la perspectiva suficiente. Cuando llegó al poder, Alemania se enfrentaba a la difícil resaca de la reunificación. La Alemania oriental no era sólo un país más pobre y menos competitivo, sino la historia de un fracaso moral e ideológico tras cuatro décadas de comunismo. El momento dulce de la globalización, que iniciaba su último despegue, aplaudía las políticas económicas más desregularizadoras. La industria tradicional del país palidecía frente a la irrupción de los nuevos gigantes tecnológicos y la llegada del euro, con un cambio favorable a las antiguas monedas del sur, no facilitaba la entrada de productos teutones en el resto de países de la Unión. El predecesor de Angela Merkel –Gerhard Schröeder, un socialdemócrata renano de carácter ligeramente populista– tuvo que afrontar las grandes reformas económicas en un país de mentalidad reacia a los cambios. Tuvo éxito, pero esto sólo lo supimos después, cuando en Berlín ya gobernaba una mujer de perfil aparentemente bajo y que hacía del pragmatismo prudente un principio de conducta. Merkel, por así decirlo, fue la heredera feliz de los años duros de Schröder.
0 comentarios