Explicaba el rabino Jonathan Sacks, aludiendo a Maimónides, que Bereshit, la palabra que en la Biblia hebrea da título al libro del Génesis –y cuyo significado es «en el principio»– no se refiere tanto a una cronología temporal que indique cuáles fueron los inicios, sino al fundamento último que nos hermana y dilucida cómo somos. Más que hablar de los comienzos de la humanidad, se diría que el Génesis consiste en una guía, un relato que ilumina la condición humana. ¿Por qué somos distintos a los demás animales? ¿Qué nos impulsa a amar, a perdurar, a luchar, a perseguir unos anhelos? ¿Por qué somos historia y no meramente naturaleza condenada a repetir unos ciclos fijados en el tiempo? ¿Por qué la libertad y por qué el bien y el mal? ¿Por qué la duda y la perseverancia, el miedo y la alegría? El Génesis vendría a ser, por tanto, un libro de porqués, de preguntas y de respuestas, de misterio –no en vano es un conjunto de narraciones– y de desenlaces abiertos que se cierran y se vuelven a abrir una y otra vez.
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