Hay una diferencia crucial entre la ira y el desprecio, señala el politólogo Arthur Brooks en Amad a vuestros enemigos (Ed. Elba). La ira es la indignación y el enfado (en ocasiones incluso razonables) que surgen ante determinadas circunstancias. El desprecio cala más hondo, hiriendo la raíz misma de la convivencia. «Los sociólogos –escribe Brooks– definen el desprecio como una mezcla de ira y repugnancia. Estas dos emociones forman una combinación tóxica, como la mezcla de amoníaco y lejía. En palabras del filósofo del siglo XIX Arthur Schopenhauer, el desprecio es “la convicción absoluta de que el otro no vale nada”, es decir, que “carece de precio”. El desprecio no es un mero arrebato después de un momento de profunda frustración con otra persona, sino una actitud de completo desdén». Y añade: «En la política estadounidense no tenemos un problema de ira. Tenemos un problema de desprecio. […] Cuando alguien que tienes cerca te trata con desprecio, ya no se te olvida».
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