Pedro Sánchez empieza a parecerse a Mariano Rajoy, no en lo que tenía de bueno –el manejo, a veces excesivo, del arte de la prudencia–, sino en la esperanza que deposita en el paso del tiempo. Desprovisto ya de un discurso creíble de modernización, el presidente del Gobierno confía en que los meses –y un hábil manejo de la propaganda– le permitirán revertir las pésimas expectativas electorales que indican las encuestas. Tiene buenos argumentos para ello: el principal, la relativa normalización de la economía y de la vida social gracias a los fondos europeos, los tipos bajos de interés y el control de la pandemia. Si lo peor se ha vivido ya, sólo cabe mejorar y no debemos olvidar que la memoria del votante es breve.
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