Anda don Gregorio Luri pasando unos días con los trapenses del Monasterio de Santa María de las Escalonias, en Hornachuelos, y uno no ha podido dejar de acordarse de aquel sermón que predicó en el siglo XII un egregio abad cisterciense, Guerrico de Igny: «Vosotros sois, si no me engaño, los que habitáis en los jardines, los que día y noche meditáis la ley del Señor. Cuantos libros leéis, otros tantos jardines recorréis; cuantas máximas elegís, otros tantos frutos recogéis». Apostillando después: «Por eso vosotros, que recorréis los jardines de las Escrituras, no queráis negligente y ociosamente pasar de modo superficial sobre ellas; escrutando cada cosa como abejas diligentes que sacan miel de las flores, recoged el espíritu en las palabras». Los que habitan en los jardines, entre eucaliptos, naranjos y limoneros, son los que practican la lectura lenta que, en la tradición benedictina, se conoce con el nombre de lectio divina y que, según la conocida Scala Claustralium de Guigo II el Cartujo, empieza con la lectura silenciosa propiamente dicha, para continuar con la mediatio, la oratio y la contemplatio.
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