Se dicen tantas cosas que se podría afirmar que la política es el reino de las emociones desnudas y no pasaría nada. A los spin doctors les gusta ir sumando capítulos al relato de la importancia de sus jefes, cuando realmente la sobredosis sentimental sólo conduce al aburrimiento. O a la desconexión, que viene a ser lo mismo pasado un tiempo. Desconexión, porque la experiencia –y muchos ya peinamos canas– nos regala una ley que admite pocas excepciones: el buen gobierno es consecuencia, o bien de la casualidad –algunas veces– o bien de las exigencias externas –casi siempre–. El resto del tiempo, la política se resume en hablar y jugar, en jugar y hablar; es decir, en dar conversación y llenar unos cuantos bolsillos, por lo general siempre de los mismos. Es un trabajo como otro cualquiera que, de un modo perverso, degrada a la sociedad mientras le aplaude sus gracias.
0 comentarios