En su último libro, 1917. El Estado catalán y el soviet español (Ed. Espasa), el historiador Roberto Villa desafía la interpretación habitual que ofrece la historiografía sobre la Restauración y lo que esta supuso para la modernización política, económica y cultural de España. Su lectura atenta plantea un sin fin de preguntas que van más allá de aquel año clave para la historia de nuestro país.
El espectro de la Revolución rusa recorrió como una amenaza toda la geografía de una Europa en plena guerra mundial. La primera pregunta tiene que ver con la singularidad española: ¿qué es lo que hace distinta la experiencia de nuestro país a la del resto del continente?
Las fuerzas que se concertaron en España para replicar la revolución rusa de febrero/marzo de 1917 (republicanos, socialistas, anarcosindicalistas, nacionalistas y junteros) convirtieron los sucesos de Petrogrado que hicieron caer al zar Nicolás II en un modelo exportable a España. Pero no se dieron cuenta de que los contextos no se parecían. En la neutral España, la situación económica era mucho mejor que en Rusia y el descontento notoriamente más bajo. Tampoco eran equiparables los niveles de desafección con el sistema político. Lo segundo se ve muy bien en la diferente disposición de las fuerzas liberales de izquierda y derecha. En Rusia estuvieron en bloque contra el zar. Aquí cerraron filas con Alfonso XIII, porque España era una Monarquía constitucional donde hacía mucho que los liberales, tanto los progresistas como los conservadores, constituían los puntales del sistema político.
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