El mundo parece decir adiós a la austeridad y lanzarse con alegría a un gasto público masivo como quizás no se veía desde la II Guerra Mundial. Ahogados por el endeudamiento masivo, la baja inflación, el envejecimiento demográfico y el escaso crecimiento de la productividad, los gobiernos han llegado a la conclusión de que sólo la artillería del gasto público –a una escala inaudita– puede devolver el vigor a la sociedad. La magnitud de la apuesta realmente impresiona, ya se hable de nuevas infraestructuras, de inversión en I+D o de transferencias directas al bolsillo del contribuyente. En Estados Unidos, entre los diferentes planes que ya se han aprobado o que se quieren aprobar, se contempla un gasto equivalente al 15 % del PIB del país. De hacer caso a The New York Times, el programa de infraestructuras diseñado por Joe Biden iría destinado a más de treinta mil kilómetros de carreteras y diez mil puentes, e implicaría inversiones superiores al billón de dólares en energía sostenible, vivienda, industria e investigación científica. Por supuesto, queda por ver cómo y con qué cuantía se aprobará finalmente.
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