La nueva reforma educativa se presenta, como todas, cargada de tópicos desde sus primeras líneas. Llevamos años –décadas se diría– analizando la realidad tras unas anteojeras ideológicas –de uno u otro signo– que nos impiden llevar a cabo cualquier análisis mínimamente realista de nuestros males. Por otra parte, se ha impuesto en el debate público un neolenguaje sin significado alguno más allá de la verbosidad. Se utilizan constantemente caricaturas para ridiculizar la posición del adversario, haciéndole decir –o defender– cosas en las que no cree.
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