«¿Y esto, puede escribirlo?», le preguntaron a Anna Ajmátova frente a la cárcel. La tierra estaba nevada, hacía frío. Todos la miraban. «Sí, puedo», respondió, y escribió un largo poema titulado Réquiem. Era el tiempo de los gulags, del terror soviético. Ahora vivimos el tiempo de la pandemia, y el horror es otro, pero también haría falta un poeta para contarlo. Las cifras no reflejan el sufrimiento cotidiano de la gente, su humanidad herida. Nos hablan del número de muertos –acercándose ya a los sesenta mil en España–, de la caída histórica de nuestro PIB –similar a la que sufrimos durante los años de la Guerra Civil– y de las tasas crecientes de desempleo. Nos hablan de la pobreza severa que aflige a tantos españoles –cerca de ochocientos mil, según Oxfam– y de las dificultades de tantos otros para llegar a fin de mes. Sabemos todo esto, pero no vemos el rostro de las personas ni sondeamos el dolor real que las aqueja.
Un dolor callado


Daniel Capó
Casado y padre de dos hijos, vivo en Mallorca, aunque he residido en muchos otros lugares. Estudié la carrera de Derecho y pensé en ser diplomático, pero me he terminado dedicando al mundo de los libros y del periodismo.
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