En 1773, el mago Hamann publicó una apología de la letra H. Era un mundo distinto al actual y la simplificación de la complejidad apenas empezaba a insinuarse. La hache, esa mudez, constituye una herencia de la historia, el eco de una elegancia a la que sólo se llega con el esfuerzo. Su dominio en la escritura tiene algo de ejemplar, de modélico. «La letra hache –observa Jünger comentando el libro de Hamann–, con toda su imperceptibilidad, se concibe como representante de las cosas ocultas, silenciadas, símbolo de la parte espiritual de las palabras». Pienso en el placer de la lectura lenta, capaz de extraer luz de las sombras, sentido de la superficie a menudo equívoca de un texto. La hache no es un esfuerzo vano, sino el recordatorio del significado que se oculta en lo no dicho.
0 comentarios