Cuando yo era adolescente, un tío mío, creo recordar que en ocasión de una boda, me explicó que había que invertir en bancos. Su lógica era tan poderosa como superficial: los bancos siempre ganan a costa del cliente. Supongo que en aquella época –últimos años de los ochenta– tenía razón. A fin de domeñar la inflación, los tipos de interés eran altos y la economía española, recién incorporada al Mercado Común Europeo, se expandía a gran velocidad. Para un país como el nuestro, tras una larga década de crisis y de reconversión industrial, las burbujas eran algo casi natural. Modernizarse y enriquecerse conjugaban con el optimismo de una nación vieja –pero rejuvenecida– que disfrutaba del rostro amable de unas libertades recuperadas. Los bancos siempre ganan porque nada les puede salir mal. O eso creíamos: unos por ingenuidad, otros por ignorancia. Y así entramos en la vida adulta.
Una fusión defensiva
Daniel Capó
Casado y padre de dos hijos, vivo en Mallorca, aunque he residido en muchos otros lugares. Estudié la carrera de Derecho y pensé en ser diplomático, pero me he terminado dedicando al mundo de los libros y del periodismo.
0 comentarios