La pandemia causada por el coronavirus anuncia una triple crisis –sanitaria, económica y educativa– que desembocará, me temo, en una grave fractura política porque, al igual que sucede en el famoso cuento del traje nuevo del emperador, detrás del velo del poder se oculta un inquietante vacío que termina inoculándose en la vida pública. El coronavirus se ha empeñado en señalar con su dedo acusador nuestras carencias y la ostentosa fragilidad sobre la que se ha asentado el bienestar de estos últimos años. Hablo de fragilidad cuando quizás debería referirme a la falsedad porque, si la política se desliga completamente de lo real, difícilmente los cimientos morales de un país pueden ser sólidos. No lo son y España no constituye una excepción. De hecho, nunca he sabido si la economía precede a la cultura o si ocurre a la inversa, pero puedo sospechar que nuestras ideas, nuestras creencias y nuestros deseos determinan aquello en lo que nos convertiremos. De ahí la importancia de las ideas y de ahí el valor de la verdad y de la inteligencia.
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