La tragedia empieza siempre en el paraíso. Esa es la lección del Génesis, ya en los albores de la historia. Dante tiene que subir del Infierno al Paraíso, al igual que Eneas ha de huir de Troya, su amada patria, para fundar el linaje latino en la futura Roma. El ensayista Ramón González Férriz ha titulado La trampa del optimismo su particular periplo sentimental por los años noventa, origen –en su opinión– de las dificultades económicas y políticas que padece la democracia liberal en nuestros días. «El rasgo esencial que deberíamos recordar de la década de los noventa –constata– es el optimismo» y fue esa pasión ingenua (con el comunismo derrotado, la globalización en marcha, la tercera vía como respuesta ideológica y la tecnoutopía como marco de futuro) la que marcó el tono de un paraíso que floreció durante unos años, hasta que dejó de serlo cuando la Historia –con su carga de culpa y dolor– reclamó de nuevo un asiento preeminente.
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