«De un tiempo a esta parte he llegado a odiar los relatos», afirma la novelista Rachel Cusk en Despojos (Libros del Asteroide, 2020), un incisivo análisis sobre el fracaso matrimonial. Los relatos permean nuestra vida y pueden hacerla inhabitable, falsa, estereotipada. «El problema –insiste la novelista británica– reside normalmente en la relación entre relato y la verdad. El relato tiene que obedecer a la verdad para representarla, lo mismo que la ropa representa el cuerpo. Cuanto mejor sea al corte, más agradable será el resultado. Desnuda, la verdad puede ser vulnerable, desgarbada, horrorosa. Demasiado arreglada se convierte en una mentira». Entre esos dos polos se mueve también la política española, reducida a una inquietante ficción cada vez más autónoma, es decir, más desarraigada de los valores comunes que sustentan una democracia y un país. Se diría que hay mitos y relatos fértiles que nos hacen capaces de más y otros que actúan como lastres de plomo o como dinamita destinada a abrir fosos donde antes había pasadizos de comunicación, sendas fructíferas de encuentro. Y esa distinción entre unos y otros relatos pasa necesariamente por reconocer que la verdad cuenta, que la verdad define y que nunca puede ser apartada completamente por muy frágil o molesta que resulte.
0 comentarios