Se diría que nada es más inútil que lo elevado. Nada tampoco más precioso. Pienso en la metafísica o en la poesía, en la pura abstracción matemática –ese lenguaje de dioses– o en el arte del contrapunto que edificó Bach. ¿Acaso es necesaria la belleza? ¿Y la verdad? Un cínico podría repetir la pregunta de Pilato y plantearse, entre dubitativo e irónico, si existe la verdad o si vale la pena entregar la vida a una verdad que se nos antoja inútil, fracasada o sencillamente falaz. ¿Fue útil o inútil que Sócrates bebiera la cicuta? ¿Es esa la pregunta que debemos hacernos o tal vez sería mejor preguntarnos acerca de la verdad? ¿Hizo bien o mal? ¿Y en relación a qué, en todo caso? Porque lo único indudable es que la verdad –cuando se la descubre– encomienda, se convierte en destino. ¿Cuál es si no la pasión del músico, del artista, del creador verdadero, del escritor, del matemático, del monje, del amante? ¿En qué se funda la familia si no en una entrega que desborda el frágil entramado de la utilidad para hacernos –y ahí radica la gran paradoja– realmente útiles?
El valor de lo inútil


0 comentarios