Los judíos tenían a su disposición el orgullo de la pregunta, que como tal es más bien poca cosa. Preguntamos aquello que ignoramos y que desearíamos saber. Nada les gusta más a mis hijos, por ejemplo, que preguntarme a todas horas sobre las cuestiones más variopintas, como si uno fuera Google o la Enciclopedia Británica; pero entiendo bien por qué lo hacen: al preguntar anhelamos respuestas que actúen de respaldo. Obtener respaldo equivale a encontrar sentido. El orgullo de la pregunta es la humildad epistemológica del que indaga las puntas de un sentido, ese filo aguzado.
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